Aprendizaje permanente

Aprendizaje permanente

Una cierta manera de hacer (bien) las cosas


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Gracias a la muy generosa invitación del gobierno alemán, 14 españoles con diverso grado de representatividad social y corporativa fuimos privilegiados hace un mes con una inmersión iniciática en su sistema de Formación Dual. A mí me parecía, de entrada, un déjà vu de aquella Jornada de principios del 2014 en que dimos a conocer en la Fundación los fundamentos de ese sistema pero la proximidad de la realidad concreta superó mi expectativa didáctica y me hizo cómplice afectivo de la experiencia alemana.

Transitando a través de sucesivas instancias, nos interesamos por los orígenes del modelo y su evolución histórica pero ni docentes, ni aprendices ni gestores de la formación recordaron apenas algunos hitos normativos referenciales del desarrollo de su sistema. Sin embargo, todos recordaban que la Formación Dual había estado presente siempre en sus vidas, que era algo que estaba en la lógica de las cosas y que, con algunos cambios necesarios, había sido siempre “así”. En todos sus argumentos y exposiciones latía un intenso sentido de pertenencia y reconocimiento, como ocurre con esa clase de sencillas posesiones compartidas que se exhiben sin alarde pero con orgullo: un veterano “meister” (maestro artesano, del oficio…) nos contagió la sensación gratificante que le proporcionaba su tarea, su afán por ser didáctico con sus aprendices y su satisfacción por el progreso de esos buenos alumnos. Aquella trabajadora-aprendiz de aquel hotel de 5 estrellas supo explicarnos, con una actitud elegante y perfectamente alineada con el entorno de su empresa, que siempre quiso ser formada en el trabajo, que así lo entendió cuando se le explicó en el momento oportuno y que quiso entrar en la Dual pese a la recomendación de sus padres (“…ellos preferían para mí la Universidad… quien sabe, puede ser que algún día…”). La responsable de formación de una importante empresa del automóvil nos sumergió activamente en el itinerario de su propia experiencia dual y nos permitió (“sin fotos a personas, por favor”) indagar en sus esencias con mil y una preguntas, todas ellas con respuesta. Y por haber, hubo hasta demostraciones in situ: un profesor de cocina, sin ir más lejos, nos dio a probar las ambrosías “pedagógicas” de esa mañana y luego nos condujo por la galería donde se mostraban enmarcados los logros profesionales de sus mejores alumnos (Viena, Mónaco, Londres, Niza…). Era evidente que todo aquello que veíamos tenía para los trabajadores alemanes algo de activo sentimental y mucho de valor social compartido y esta fue, creo yo, mi principal enseñanza.

El alemán es candidato a la Dual desde una edad temprana. Si al concluir su formación primaria desea ingresar en el sistema debe concurrir a los puestos de aprendiz que ofertan cada año 200.000 empresas adheridas y si consigue por sus notas, su interés o su disposición natural obtener un contrato (subráyese “contrato” y que es “de trabajo”) el sistema le acoge y le ofrece la orientación, protección y tutela de una Cámara. En la escuela vocacional (1-2 días por semana) recibirá formación teórica y práctica en los espacios formativos donde abundan coches de alta gama, equipos de última generación (cortesía de la “marca”, o del Land, o de la Cámara) y materiales enviados desde las mismas fábricas. En la empresa será, el resto de la semana, un trabajador con sueldo, cotizaciones y plenitud de derechos, un ciudadano productivo al que se podrá despedir durante su ciclo formativo “solo si, por ejemplo… roba” (respuesta literal a esa pregunta de un Director General, extraído, por cierto, también él mismo, de la Formación Dual). Ese aprendiz será una persona, en fin, integrada en un entorno real de formación y de trabajo y, si aprovecha su tiempo y la oportunidad que le han dado, pasará después de 3 años a formar parte de la plantilla estable de esa empresa en que se formó (así ocurre a 2 de cada 3 aprendices, como media).

Entonces, ante la amable ejecutiva del gobierno del Estado que nos atendió en nuestra última tarde en Stuttgart, me sentí obligado a hacer mi gran pregunta: “Mi país no dispone de esta cultura productiva ni de este compromiso general con la formación de los trabajadores, pero queremos implantar este sistema porque se ha asentado nominalmente en la agenda política. ¿Cómo hacerlo eficazmente vistas tantas diferencias?

Sonrió. Que me olvidase del dinero, me dijo, (que “no es tan importante”) que me dispusiese, añadió, a promover experiencias limitadas y concretas que sirviesen de “faros” inspiradores de otros proyectos, y que me dotase, sobre todo, de una clara y exigente normativa jurídica.

Y entonces fui yo el que sonreí. Y pensé: “…y que las empresas españolas apostasen por contratos de aprendizaje con salarios de 900 euros, y que lo hicieran todas con la única y legitima intención de conformar su propio repertorio de talento, y que una institución respetable controlara las desviaciones y los posibles abusos, y que trabajadores expertos se prestaran a participar sin retribución en las pruebas de cualificación de los aprendices y que alguna instancia pública o privada financiara estas Escuelas, y que alguien evaluara a los maestros, y que existiera demanda de Formación Profesional entre nuestros jóvenes y…, y…, y…”

La Formación Profesional en Alemania (predominante pero no exclusivamente Dual) seduce por su racionalidad y su alto prestigio social e impacta por su acierto milimétrico en la proyección del sistema educativo sobre el mercado laboral. El primero aparece como un esbozo del segundo, un borrador perfectamente revisable del sistema productivo que los alumnos, con su trabajo en las empresas, “pasan a limpio”. El segundo pone de su parte la aceptación del riesgo, la financiación de los contratos y la integración amigable de los menores en un entorno adulto. Para los agentes sociales, la Formación Dual no se cuestiona (es “marca Alemania”) y para las instituciones políticas es una ocasión de empatizar con la comunidad y ser eficientes en su tarea conformadora de una sociedad cohesionada y justa. Es posible también que en algunos aspectos el sistema alemán sea mejorable (hay allí quien considera la versión escandinava de la FP Dual como un modelo de referencia) y puede también que se hayan pasado en Alemania un poquito “de frenada” al producir algún desequilibrio respecto a alguna cualificación universitaria. Pero se trata indudablemente de un sistema de éxito: 350 titulaciones accesibles, 600.000 nuevos alumnos por año (cifra dolorosamente coincidente con la estimación de nuestros ninis), 170.000 examinadores no remunerados y una cooperación ejemplar entre todas las instancias públicas implicadas indican que esto sólo puede construirse sobre la base de una valoración nacional muy enraizada y que es difícilmente transferible a otros países.

Sin obsesión autocrítica, debemos reconocer que nuestro país se encuentra a una considerable distancia de las condiciones esenciales del éxito de la Formación Dual alemana. Ello no obsta para defender la oportunidad de proyectos iluminadores basados en una manera propia de entender este sistema, una versión “española” más modesta en su vocación integradora de formación y trabajo pero igualmente vigorosa y eficiente. En sectores productivos claramente orientados a la calidad y la excelencia y en empresas auto-conscientes de su capital humano la Formación Dual es una oportunidad mesurable en términos económicos (por su fácil aplicación a la medida de costes y de productividad) y es muy apreciada también por su contribución al asentamiento y explotación de los valores de la marca. Experiencias concretas de la versión española multiplican las cifras de aceptación en algunos territorios cada año y con tiempo y perspectiva estratégica estas encauzarán razonablemente nuestra propia versión del sistema y permitirán ajustar las expectativas sociales a la realidad del tejido productivo y a nuestra cultura empresarial específica.

Pero para encajar nuestro país en un futuro incierto deberíamos empezar por asignar a la Formación Profesional el valor social que le corresponde y explicar a nuestros jóvenes que la clásica relación entre nivel educativo y carrera profesional ya no explica la realidad poliédrica de nuestro mercado. Hay que “engordar” el gráfico de nuestras cualificaciones, tan divergente, y hacerlo con decisión, prudencia y la justa dosis de fascinación por los modelos ajenos. Es necesario ser realistas respecto a lo que tenemos y también ilusionarnos con la hipótesis de un cambio, de un futuro también imaginable de progreso educativo en el que nuestra Formación Profesional tendrá que ser, de alguna forma, parte de una nueva “marca España”.

Alfonso Luengo Álvarez-Santullano
Director gerente de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo

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