En el ámbito de la educación y de la formación hay constancia de que, desde un punto de vista económico, el profesorado es el factor que en mayor medida determina el éxito educativo de los estudiantes. Y no sólo eso, sino que también tiene incidencia en su posterior inclusión en el mercado de trabajo y en el nivel salarial que alcancen estos. Por ello se plantea que la mejora de la calidad de los docentes es un reto esencial para cualquier sistema educativo tanto en el ámbito de la educación reglada como de la formación profesional para el empleo y de ahí la necesidad de evaluar su calidad.
Con esta premisa, se abordó el tema de la evaluación de la calidad del profesorado en la conferencia impartida por Jan Bretenbeck, profesor de Economía de la Universidad de Lund (Suecia), el pasado 4 de mayo de 2017 en la Fundación Ramón Areces en colaboración con la Fundación Europea Sociedad y Educación. El objetivo principal de la misma era presentar los resultados más relevantes de la investigación realizada por esta Universidad sobre las prácticas de evaluación de la calidad del profesorado que desde hace años desarrollan determinados países, como Estados Unidos o países nórdicos, con el fin de suscitar el debate y la reflexión sobre la definición de calidad del profesorado, sobre la función y métodos de evaluación y, finalmente, sobre los fines del propio sistema educativo.
Métodos de evaluación del profesorado
Es necesario establecer sistemas de evaluación de la calidad que permitan diferenciar entre buenos y malos docentes. Los sistemas tradicionales de evaluación del profesorado se han centrado en la valoración de elementos como la experiencia, la formación y cualificación del profesorado, y las puntuaciones obtenidas en determinadas pruebas objetivas – como puede ser la oposición en España – para determinar qué profesores son mejores. Así un docente con mayor experiencia, mejor cualificación y especialización, tiene mayores probabilidades de acceder a una plaza y obtener un mejor salario. Sin embargo, se ha demostrado que estas características fácilmente observables no están claramente relacionadas con el aprendizaje de los estudiantes.
Ante este hecho los colegios y sistemas educativos de distintos países han empezado a evaluar a los docentes a través del método del valor añadido del profesor, que mide la capacidad de aumentar el desempeño de sus alumnos a través de los resultados obtenidos por estos en test estandarizados entre dos cursos académicos. Estos sistemas de evaluación tienen incidencia real en el empleo del profesorado e implican medidas como la no renovación laboral de los docentes, programas de acompañamiento con profesores que han obtenido buenos resultados…
Sin embargo este sistema de evaluación de la calidad del profesorado presenta varias limitaciones: por una parte requiere el establecimiento de un sistema de pruebas objetivas exteriores al centro educativo, por otra centra la calidad en aspectos del sistema educativo relacionados con el aprendizaje de conocimientos pero no tiene en cuenta a aquellos profesores que tienen una mayor incidencia en la construcción de valores y conductas positivas en los alumnos. Tampoco analiza cómo se enseña, es decir, no identifica qué elementos son los que determinan dicha calidad, ni qué métodos de enseñanza son más eficaces (clases magistrales, trabajo en equipo…). Finalmente, con este método de evaluación se corre el riesgo de que la enseñanza se dirija a cómo contestar mejor los test.
Por ello se han planteado otros métodos de evaluación de la calidad del profesorado basados en la observación directa en el aula. Estos pueden ser desarrollados por iguales presentes en el aula (peer review) o a través de evaluadores externos con criterios claros y objetivos a partir de grabaciones de las clases. Estos métodos basados en evidencias permiten incluir la valoración del comportamiento de los estudiantes, pero su coste es caro y su eficacia limitada ya que se ha detectado que el corporativismo puede limitar la objetividad de las evaluaciones.
Una vez abierto el debate, y a pesar de las limitaciones que presentan las prácticas desarrolladas hasta el momento, una de las principales conclusiones alcanzadas es que no se debe renunciar a la evaluación de la calidad de la práctica docente, ya que es esencial para la mejora del sistema educativo. La evaluación debe realizarse con garantías y con una doble finalidad: por una parte identificar factores de mejora de la práctica docente, pero también para desarrollar la carrera profesional del profesorado.
También es necesario señalar que aunque el profesor es un factor determinante, no es el único elemento para medir la calidad. Éste está inmerso en un centro educativo que cuenta con un proyecto y un equipo docente, por lo que las políticas de evaluación del profesorado deben desarrollarse no de forma autónoma sino inmersas en un diseño de políticas públicas que tengan en cuenta de forma holística todos los elementos del sistema.
Concluimos con la reflexión sobre la finalidad del sistema educativo con la que terminó la conferencia. La cuestión es si la enseñanza debe primar la generación de alumnos con mejores puntuaciones, acceso a universidades, mayores oportunidades de empleo y mejores salarios – en un marco de competitividad generalizada, o si debe primar la formación de mejores personas y ciudadanos.
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