Aprendizaje permanente

Aprendizaje permanente

Formación para la igualdad, igualdad para la formación


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Sin otra referencia directa que la de la empresa pública, nunca me resaltaron en el espejo de mi entorno las desigualdades laborales de las que tanto se habla. No he conocido a lo largo de mi trayectoria como funcionario casos resonantes de menosprecio de género o de discriminación grosera y dirijo, para colmo, una institución asombrosa en la que hombres y mujeres comparten, con predominio variable pero sin estrecheces, espacios de administración y gobierno. Considerando los estándares mensurables de la igualdad (salario, carrera, mérito, formación…) puedo decir que mi espacio laboral cercano, el sector público, se ha saneado debidamente de cualquier forma de machismo o, al menos, de las que extramuros son más evidentes.

Tengo orgullo, pues, de pertenencia pero tengo también ojos y oídos y con ellos oigo y observo. Observo que, salvo en las pequeñas islas de igualdad como esta en la que yo habito, el mundo laboral ha sido y es patriarcal y asimétrico y ha sido edificado por los hombres como un espacio de conformidad bien cimentado sobre una atribución presunta y confortable de capacidades y papeles.

Aquellas solidàries valencianas, aragonesas, castellanas, antifascistas del primer tercio del pasado siglo enarbolaron, frente su propio sindicato, la idea luminosa de que la masculinidad solo cede ante la construcción activa del feminismo y exigieron ¡formación! para empoderarse en el trabajo y en los oficios; vindicación visionaria, pero entonces extravagante (para sus compañeros hombres, singularmente). Obreras en un tiempo convulso, intuyeron que solo con la capacitación podrían romper los límites de su mundo. Apreciaron que la formación era la herramienta dignataria y habilitante pues su conciencia de clase les alcanzaba hasta la evidencia de que el mundo del trabajo es inmune al romanticismo pero no al conocimiento. Años más tarde, trabajadoras del Norte se echaron a las espaldas los oficios de los hombres movilizados, mutilados o muertos en la gran guerra y aprendieron en y para el trabajo lo necesario para mantener en pie a las naciones libres. Entonces, la formación en el trabajo liberó a algunos pueblos pero también liberó a muchas mujeres.

Observo también que el hombre no os cederá nunca el sitio. Puede que sí la vez en la cola del pan o el paso ante la puerta abierta, pero jamás os cederá su sitio, pues forma con él la unidad orgánica que aprendió a delimitar desde niño. No obstante, el hombre en el que estás pensando (que podría ser yo mismo, o tu propio hijo) acabará por compartirlo y lo hará sin conflicto porque siente ya que el mundo construido sobre aquellas bases antiguas tan endebles no aguanta las condiciones del presente. La gestión de los limitados recursos disponibles y las necesidades crecientes del sistema están dirigiendo la toma de las decisiones hacia un pull generacional más igualitario. Gracias al feminismo y al viento de cola del progreso tecnológico, la distinción de géneros no sólo es comúnmente rechazada sino que es considerada, además, funcionalmente inútil. Las demandas productivas y las posibilidades de transferencia del conocimiento son inmensas y ese ciclo casi infinito está consolidando una nueva cultura que va a superar las limitaciones actuales del orden social y político. El mundo del trabajo, en fin, se ve abocado irremediablemente a un reparto ciego de poder y responsabilidades, en él se diluirán todas las condiciones personales y sólo prevalecerá el talento.

Sin embargo, una de las claves de este fenómeno igualador que se nos ofrece está en el factor tiempo y es evidente que, pese a todos los avances hacia la igualdad real de los últimos años, su disponibilidad personal sigue ligada naturalmente al factor género. No siendo difícil hoy encontrar medios y recursos para una formación accesible, un obstáculo principal para muchas mujeres es disponer de la ocasión y del tiempo para formarse. Por tanto, las políticas igualitarias y el eco de las resonancias éticas a las que aquellas dicen responder deberían concretarse, en lo que a la formación se refiere, en la disponibilidad del tiempo y en la aportación del lapso necesario para que cualquier mujer trabajadora pudiera realizar el momento específico del aprendizaje. Las mujeres de este siglo deberían poder arrebatarle a su contexto la hora de aprender o siquiera de encontrarse amigablemente con el conocimiento, que es presupuesto elemental de un proceso, como la formación, personal e indelegable.

Démonos todos algo de prisa en poner más tiempo en manos de las mujeres, porque este poco tiempo burlón que nos toca para vivir, ser y estar en este mundo, ni se crea ni se destruye, solo transcurre implacablemente.

Alfonso Luengo Álvarez-Santullano
Director Gerente de la FUNDAE

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