A principios de 2020 llegó lo que nadie podía esperar. De repente, y sin preparación previa, nos encontramos teletrabajando (los afortunados…), y perdiendo toda interacción humana que no fuese virtual. De golpe, empezamos a familiarizarnos con herramientas de colaboración virtual (¿te suenan ahora Zoom, Microsoft Teams, Google Meet?). Y, por descontado, quedaron anuladas todas las actividades formativas presenciales. Pasó el confinamiento pero no la pandemia y, viviendo en esta “nueva normalidad” (que es ya un camino y no un destino), nos preguntamos: ¿qué parte de todo esto ha venido para quedarse y que volverá a ser exactamente cómo antes de la pandemia? Reflexionaremos sobre el impacto sobre las metodologías de formación (o de aprendizaje, mejor, ya que este es el fin último de todo proceso de formación formal o informal).
El aprendizaje virtual viene ganando terreno desde hace tiempo, pero la crisis del COVID-19 ha acelerado su implantación de forma drástica. El último informe sobre aprendizaje en el lugar de trabajo de LinkedIn (2020 Workplace Learning Report) ya mostraba un cambio en los presupuestos de formación de las empresas favorable hacia la formación online. Más específicamente, el 38% de las empresas encuestadas ya contemplaba una disminución del aprendizaje presencial frente al 57% que prevé un aumento del presupuesto dedicado al elearning.
Actualmente existe la oportunidad de aprovechar las herramientas de aprendizaje virtual para crear nuevos itinerarios de aprendizaje y desarrollo profesional. Según las predicciones de FutureScape Future of Work 2020 de IDC, en 2024 dos tercios de los empleados de las empresas de alto rendimiento pasarán de desempeñar roles estáticos a integrar equipos dinámicos y reconfigurables centrados en los resultados.
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