Sin otra referencia directa que la de la empresa pública, nunca me resaltaron en el espejo de mi entorno las desigualdades laborales de las que tanto se habla. No he conocido a lo largo de mi trayectoria como funcionario casos resonantes de menosprecio de género o de discriminación grosera y dirijo, para colmo, una institución asombrosa en la que hombres y mujeres comparten, con predominio variable pero sin estrecheces, espacios de administración y gobierno. Considerando los estándares mensurables de la igualdad (salario, carrera, mérito, formación…) puedo decir que mi espacio laboral cercano, el sector público, se ha saneado debidamente de cualquier forma de machismo o, al menos, de las que extramuros son más evidentes.
Tengo orgullo, pues, de pertenencia pero tengo también ojos y oídos y con ellos oigo y observo. Observo que, salvo en las pequeñas islas de igualdad como esta en la que yo habito, el mundo laboral ha sido y es patriarcal y asimétrico y ha sido edificado por los hombres como un espacio de conformidad bien cimentado sobre una atribución presunta y confortable de capacidades y papeles. Sigue leyendo